viernes, 27 de enero de 2012

0 Antes y ahora, Gregorio Salvador (y III)

No sólo defecar, también comer ha sido en nuestros usos y en los de muchos otros pueblos un acto genuinamente privado. Tal vez con más razón, porque el alimento era un bien generalmente escaso y, o se compartía con los demás, o había que consumirlo a solas o en familia, pues ante otros, sin darles de ello, era cuando menos desconsiderado o insolente, porque podía despertar o avivar sus apetitos. Cuando las circunstancias van librando a la comida de esa obligada privacidad, queda el recuerdo de la arraigada obligación moral del reparto en la fórmula cortés: “¿ustedes gustan?”
Tengo un amigo, gran aficionado a la antropología cultural, desde que, hace años, se prendó de los libros de Levi Strauss, que sabe mucho ya de estas cosas, sin pedanterías al no ser del oficio, y al que le gusta elucubrar sobre hábitos sociales y no carece de sentido del humor para el que el hecho de la intimidad amorosa y las efusiones sexuales estén rebasando el ámbito privado se debe a un proceso análogo al experimentado por los actos alimenticios. La facilidad los priva del misterio y de exclusividad y hace innecesaria la reserva. “Ahora bien, lo que falta –suele afirmar, sonriente- son las palabras rituales y sustitutorias: se están perdiendo los modales. Cuando tengo que asistir, sin poder remediarlo, a alguna escena de esas, tan normales ahora en los lugares públicos, lo único que echo de menos es que los gozosos actuantes se vuelvan a los presentes e inquieran: “¿ustedes gustan?”
Me llama, mientras escribo, y le cuento el episodio del metro. Me dice que él soportó una noche de las pasadas fiestas navideñas, en la línea 2, en un vagón casi vacío, una exhibición más subida de tono aun, más indecorosa, con jadeos del maromo y grititos de la muchacha, tan desaforado el espectáculo que dos señoras que iban al lado se cambiaron de coche en la siguiente estación. Le preguntó qué hizo él. “Pues me comporté con antropológica corrección y, al levantarme para salir, les deseé: “¡Que aproveche!”.
Gregorio Salvador
ABC/08.04.2000

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