lunes, 30 de enero de 2012

0 Mi primer editor, Fernando Savater (II)

La editorial más próxima a mi casa era Taurus, que entonces ocupaba un chalé coquetón en la plaza de Salamanca frente al que había pasado muchas veces, camino del colegio. Y su director se llamaba Jesús Aguirre, un cura con fama de progresista -rojo, decían entonces las señoras de derechas- pero también de atrabiliario, sarcástico, impertinente y poco benévolo ante la torpeza de los principiantes. Allá que me fui, pasablemente tembloroso pero siempre más propenso a aceptar el ridículo que la renuncia. Aguardé un poco en la antesala y después me pasaron al despacho del dueño de mi destino.

No había nadie... aparentemente. De pronto, tras la gran mesa llena de papeles, emergió una cara preocupada y algo traviesa, que me preguntó: '¿Se ha ido ya Sciacca?'. Por lo visto llevaba bastante rato escondido a la espera de que desapareciese del horizonte Michel Federico Sciacca, un copioso polígrafo italiano que había marcado la pauta del pensamiento cristiano una década antes. Jesús Aguirre tuvo que heredar sus obras traducidas de la dirección anterior de Taurus y también su insistente presencia periódica aportando nuevos volúmenes regeneradores, de los que ya no sabía cómo librarse. De todo esto me enteré luego, porque yo era sólo un niño y no conocía a Sciacca (¡nene, Sciacca!) ni a casi nadie.
A todos -filósofos, novelistas, poetas, editores, periodistas...- los iría conociendo después porque Jesús me los fue presentando o desaconsejando con idéntica vehemencia que yo nunca discutí. Aquel día me bastó cruzar con azoro mi mirada miope con la suya que no lo era menos, separados por la barricada del escritorio, y me dije: '¡Éste es mi hombre!'.
Lo fue, con generosidad sin reservas. Me editó aquel libro inicial, escrito en 15 días después de nuestra primera conversación, y luego todos los demás que le fui proponiendo. Se volcó especialmente con La infancia recuperada, contra el que algunos consejeros literarios de la editorial le previnieron como un 'mero capricho' (lo cual era, por supuesto y a mucha honra).
Fernando Savater
El País/10.04.2002


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