martes, 10 de enero de 2012

0 Una historia de Reyes (y II)

El idioma fue otra de sus barreras. Contó con profesor particular, como cualquier extranjero que llega a la Premier, pero le faltó constancia. «Con las palabras del entreno me arreglo», solía decir. Con el tiempo fue ganándose fama de inadaptado en la prensa. A ello contribuyó la famosa broma telefónica que le gastó El Tirachinas, el programa del periodista José Antonio Abellán en la Cope, cuando un humorista se hizo pasar por Butragueño y Reyes casi le suplicó por una repatriación inmediata. 
Tampoco ayudó mucho a revestir de seriedad la imagen del jugador en su etapa en Inglaterra aquella ex novia que aireó en los tabloides secretos de alcoba y una supuesta excesiva dependencia de su madre, y tampoco los continuos camiones de cerveza Cruzcampo que paraban en su domicilio a dejar la carga. Célebres fueron también sus plantones a periodistas que concertaban con él entrevistas. Y si la cita finalmente tenía lugar, el plumilla tenía que ingeniárselas para encontrar su domicilio, porque él no acertaba muy bien a explicar las coordenadas. 
En Londres cosechó luces y sombras en los futbolístico, pero probablemente logró uno de los mayores éxitos de su vida: conocer a la madre de su hijo, Ana López. Ella era una estudiante que vivía en una casa vecina donde cuidaba los niños de una familia. Lo que comenzó siendo una amistad entre dos españoles que buscaron apoyo mutuo en los confines de Londres acabó en una relación. «Las mejores épocas suyas son cuando ha estado bien con Ana», cuenta uno de los entrenadores que ha tenido durante estos ocho años. Porque a Reyes, lo que le pasaba fuera del campo le afectaba directamente dentro de él. 
Y le pasan bastantes cosas. Normal si se tiene en cuenta que junto a él, viajan, allá donde ha estado, no menos de media docena de personas. Y en algunos momentos en su casa cabe todo el mundo. Decidido que no quería seguir en Londres, la puerta del Real Madrid se le abrió mediante una cesión. Estuvo un año, que le sirvió para ganar la Liga, pero jugó más bien poco. De hecho, para no desentonar del resto de los cursos, en febrero de ese año criticó a Fabio Capello. «Prefiere mantener la portería a cero a que metamos goles. Somos el Real Madrid y no debemos salir a defender nunca», dijo en una entrevista con Radio Marca. Pasó sin pena ni gloria por la casa blanca, y cuando se vio en la tesitura de volver a Londres, otro equipo de Madrid le abrió las puertas de lo que él nunca consideró el paraíso, pues el suyo, su paraíso, siempre ha estado en Sevilla. El Atlético de Madrid pagó alrededor de 12 millones al Arsenal y aterrizó en el Vicente Calderón, donde vivió, como en ningún sitio, los amores y los odios que suelen generar los genios, y él lo es. Por haberle dado al Madrid la Liga del año anterior, el futbolista escuchó miles de veces lo de «Reyes muérete». 
«Tenía la cabeza como la tenía», recuerda otro directivo del Atlético, que comió con él al poco de llegar. «Estábamos los cuatro. Yo con mi mujer y él con la suya. En otra mesa, había una morena espectacular, y Reyes no dejaba de darme con el codo y decirme: 'mira esa, mira esa'. La situación era incómoda claro, pero a él le daba igual. Hasta el punto de que, cuando la otra chica se levantó para ir al servicio, ¡él se fue detrás! Es un tío muy especial», rememora. 
En el Cerro del Espino todavía recuerdan a varios de sus primos acompañándolo al entrenamiento y esperándolo en el coche comiendo cucherías y escuchando flamenquito. El Barrio y Camarón, sus preferencias. Los mismos primos y familia, por cierto, que en Hamburgo, antes de la final de la Europa League, ofrecían, cual reventas, las entradas que el club le había asignado al futbolista. Antes de eso, de ver la luz con la llegada de Quique Sánchez Flores al banquillo rojiblanco, se topó con ese mismo entrenador en Lisboa, donde se fue cedido en 2008. El club portugués, una vez firmados los documentos, habló con el futbolista y le puso a su disposición el avión privado que tiene para esas operaciones. «¿Puedo ir con mi novia?», preguntó Reyes al interlocutor del Benfica. «Claro», le dijeron. Al rato, cogió el teléfono otra vez. «¿Y con mis padres?». De nuevo, respuesta afirmativa. Poco después, tercera llamada. «Oye, ¿y pueden ir mis primos?». «Mira, el avión tiene 16 plazas. Cinco son para la tripulación. El resto las puedes llenar como tú quieras», le dijeron. 
En Lisboa, él vivía con Ana en una casa y el resto de su familia en otra justo al lado. Allí Quique Flores le devolvió el brillo que había perdido, pero le tocó regresar al Atlético, donde se encontró de nuevo con Javier Aguirre, y más tarde con Abel. A los dos los sacó de quicio mientras la afición del Atlético no le perdonaba una. Eso hasta que apareció otra vez en su vida Quique Sánchez Flores, autor de la frase que probablemente mejor define a Reyes. «José es José», solía decir el técnico. Y José, con 28 años, millonario y de vuelta de casi todo en esto del fútbol, comparece en Sevilla. Aquí ya no tendrá coartada.

E.J.Castelao/Begoña Pérez
El Mundo

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