jueves, 23 de febrero de 2012

0 Entrevista de Alerta Digital a Jaume Ferrer, el soldado catalán que custodió a Tejero en Figueras (I)

“Corría el año 1985 del pasado siglo cuando me encontraba haciendo el servicio militar, “la mili”, como popularmente se la conocía, en el Centro de Instrucción y Reclutamiento nº 9 en la población gerundense de Sant Climent Sassebes. Mis funciones allí eran tareas de oficina, estando a las ordenes de un buen militar y mejor persona como era en aquel entonces el capitán Márquez.

Al mismo tiempo, de vez en cuando, me tocaba alguna que otra guardia en las garitas; por cierto, guardias monótonas que incluso se llegaban a hacer con el arma sin el cargador puesto y tan sólo con cinco balas en el cinto como munición.

Pero un día y por sorpresa dicha monotonía cambió. Llegaron unas ordenes de muy arriba que provocaron una especie de movilización dentro del acuartelamiento. La razón no era otra que la llegada al Castillo de San Fernando en Figueres (Girona) del teniente coronel don Antonio Tejero, protagonista directo del golpe de Estado ocurrido el 23-F, para continuar cumpliendo su pena de cárcel en dicho castillo.

Dentro de esta impresionante fortaleza militar, existía un edificio destinado a realizar las funciones de cárcel militar donde se internaban a algunos militares de alta graduación, que habían cometido alguna irregularidad o delito. La vigilancia del mismo la realizaba un pequeño grupo de soldados que eran más bien ordenanzas o funcionarios, tal y como los llamaríamos en la vida civil.

Pero ante la magnitud e importancia de la llegada del teniente coronel Tejero, desde el Acuartelamiento de Sant Climent Sassebes, se tuvo que formar rapidamente una unidad especial para cumplir con las tareas externas de vigilancia y protección, al mismo tiempo, del edificio-cárcel, sito en el castillo.

Todos los que fuimos seleccionados para esta tarea recibimos unas ‘clases express’ de cómo debían hacerse las guardías de una manera más seria, y nos enseñaron cómo debíamos proteger nuestra integridad y la de los presos, llegado el caso de una agresión externa. Eso es lo que realmente se percibía como temor o peligro.

Y llegó el gran día. Puedo decir que formé parte del primer grupo de soldados que inauguró dicho servicio. Por la mañana, bien temprano, fuimos llevados en autocar al Castillo de Figueres. Durante el viaje, de escasamente 30 minutos, a todos se nos notaba una cierta inquietud y curiosidad, ya que íbamos a poder estar cerca de un personaje que sin duda pasaría a formar parte de la historia de España.

A nuestra llegada al castillo ya pudimos notar que aquello iba en serio, ya que el armamento utilizado y la munición de recambio no tenía nada que ver con la que utilizabamos en el C.I.R. En el famoso Cetme utilizado entonces por las Fuerzas Armadas españolas llevábamos un cargador con 20 balas y en el cinturón tres cargadores más, también con 20 proyectiles en cada uno de ellos.

Cuando no hacíamos garita, nos ordenaban rondas de tres por todas las zonas del castillo y la verdad es que, entre una cosa y otra, se descansaba poco. La jornada era bastante agotadora y de noche se dormía poco. En total puedo decir que hice unas 32 guardias.

No era muy habitual ver a los presos y menos a don Antonio Tejero, ya que nuestras funciones tenían lugar en el exterior del edificio. Pero nunca se me olvidará el dia en que encontrándome en una garita de nivel superior por encima del patio, pude observarle mientras él cultivaba y cuidaba sus hortalizas para consumo propio en un pequeño huerto que había en dicho recinto.

Durante unos segundos nuestras miradas se cruzaron y debo confesar que lo que percibí estaba bien lejos de la persona que nos habían pintado. Se trataba de una persona absolutamente normal, seria y disciplinada y estoy seguro que muy patriota.

Llegó al fin el día en que me tocó realizar mis tareas de vigilancia en el interior del edificio. Se me disparó la adrenalina cuando me crucé con él. Nunca olvidaré sus primeras palabras. Me preguntó de dónde era. Al decirle que catalán noté un brillo especial en sus ojos. Me saludó muy cortésmente y en seguida surgió una fuerte empatía. Aquella persona que nos habían pintado como una especie de monstruo, en realidad se trataba de un hombre de exquisito trato, sumamente educado y extraordinariamente respetuoso. Practicamente no requería ninguna atención por parte de nosotros, ya que él mismo se bastaba en todo."

Luis F.V.

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