jueves, 22 de marzo de 2012

0 Las víctimas americanas de “La bestia” (VIII)

Entramos en la ciudad escoltados por los hombres del coronel. Hace frío y el día está plúmbeo. Como si no fuéramos bienvenidos. Nos fijamos en los vecinos. Cualquiera, y nos lo han insistido, cualquiera, puede ser un informante de los Zetas. “A los 10 minutos de estar en San Fernando, los Zetas van a saber que estáis allí”, nos habían dicho. Es una sensación extraña la de sentirte observado pero no saber muy bien por quién. Intentamos hacer alguna foto a lo pocos transeúntes que vemos, pero casi todos se ocultan Es difícil saber si son halcones de los narcos o, simplemente, vecinos avergonzados por la fama que ha adquirido su pueblo. Casi 300 cadáveres no identificados encontrados en varias fosas comunes y 72 emigrantes que aparecieron fusilados en un rancho de las afueras de San Fernando. Su alcalde, Tomás Gloria, una joven promesa del PRI, accede a hablar con nosotros, pero sus asesores me indican que no quiere (o no puede) hablar de lo que ellos llaman “el crimen organizado”. Muchos menos, me insisten, decir nombres. Que no lo meta en problemas de hablar de los Zetas o del cartel del Golfo. Después de 10 minutos de entrevista anodina y llena de evasivas, le pregunto si los autores de la masacre eran del pueblo: “Fue un hecho lamentable y horrible. La mayor parte de los que participaron era gente de fuera”. Es todo lo que me acierta a decir antes de cambiar de tema. Insisto al alcalde Gloria que si estoy en la plaza de su pueblo hablando con él es porque en San Fernando los narcos han enterrado 300 cuerpos y asesinado a decenas de emigrantes, pero la corrección política, la ley del silencio, el miedo o lo que quieran ustedes pensar le hacen terminar la entrevista. Eso sí, accede a que varios de sus hombres nos acompañen al rancho donde asesinaron a los emigrantes.
La hacienda está a 20 kilómetros de San Fernando y solo se accede por una brecha, por una pequeña carretera sin asfaltar. El Estado entero está lleno de brechas de este tipo, muchas de las cuales se internan en Estados Unidos. Son las rutas de la droga. De la droga y de las armas que vienen de vuelta. Por esas brechas se mueven “los monstruos”, los camiones blindados de los narcos, el ejemplo extremo de hasta dónde llega el delirio y la soberbia de los carteles, que se creen amos y señores del terreno que controlan. Verdaderos vehículos acorazados, con planchas de acero de 20 milímetros, con los que los narcos se enfrentan unos a otros, disparándose desde las pequeñas troneras que hay a cada lado de los traílers.

Jon Sistiaga
El País Semanal, 04.03.2012
Tomás Gloria, alcalde de San Fernando

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