sábado, 5 de mayo de 2012

0 El Derby de Kentucky es decadente y depravado (II)

Se sentó por un instante, mirando alrededor con desconcierto, sin ser capaz todavía de digerir todas esas terribles noticias. Luego se largó a llorar: “Oh…Jesús! Qué está pasando en este país, en el nombre de Dios? Adónde podemos estar lejos de esa gente?”

“No aquí” le dije, tomando mi bolso. “Gracias por el trago…y buena suerte.”

Me agarró del brazo, urgiéndome a que me tomara otro trago, pero le dije que estaba atrasado, pues debía llegar al Club de Prensa y prepararme para el terrible espectáculo. En un kiosco del aeropuerto tomé un Courier Journal y revisé los titulares: “Nixon envía soldados a Camboya para derrotar a los rojos…”. “Ataque de B-52, 20.000 soldados avanzan 30 kilómetros…”. “4.000 soldados del Ejército desplegados cerca de Yale mientras crece la tensión por próxima protesta de las Panteras”. Al fondo de la página había una foto de Diane Crump, que pronto sería la primera mujer en participar como jinete en el Derby de Kentucky. El fotógrafo la había retratado “parada en los establo, acariciando a su montura, Fathom.” El resto del diario estaba salpicado de horribles noticias sobre la guerra e historias de los “disturbios estudiantiles”. No había ninguna mención acerca de los problemas que se avecinaban en una universidad de Ohio llamada Ken State.

Fui a la recepción del Hertz para recoger mi auto, pero el pálido libertino a cargo me dijo que no tenían ninguno. “Ya no puedes rentar uno en ninguna parte”, me aseguró. “Nuestras reservaciones para el Derby se cerraron hace seis semanas”. Le expliqué que mi agente había confirmado un Chrysler convertible blanco para mí esa misma tarde, pero él movió negativamente la cabeza. “Quizás tendremos que cancelarlo. Donde se está quedando?”.

Me encogí de hombros. “Donde se quedan las personas de Texas? Yo quiero estar con mi gente.”

Él suspiró. “Amigo, estás en problemas. Esta ciudad está totalmente repleta. Siempre es así para el Derby.”

Me acerqué a él, susurrándole: “Mira, yo trabajo en Playboy. Te gustaría trabajar ahí?”

Él retrocedió rápidamente. “Qué? Vamos, no bromees. Qué tipo de trabajo?”

“Olvídalo”, le dije. “Acabas de desperdiciar tu oportunidad”. Arrastré mi bolso por el mostrador y me fui a buscar un taxi. El bolso es una propiedad valiosa en esta clase de trabajo; el mío tiene muchas etiquetas: San Francisco, New York, Lima, Roma, Bangkok, ese tipo de cosas—y la etiqueta más importante de todas, recubierta de plástico, casi oficial, que dice: “Fotógrafo, Rev. Playboy”. Se lo compré a un chulo en Vail, Colorado, y él me recomendó como usarlo. “Nunca menciones Playboy hasta que estés seguro que ellos hayan visto la etiqueta primero”, me dijo. “Luego, cuando veas que se han dado cuenta, es el momento de atacar. Siempre se lo tragan. Esta cosa es mágica, te lo digo. Pura magia.”

Bueno…quizás. Había resultado con el pobre cretino del bar, y ahora mientras el taxi amarillo zumbaba camino hacia la ciudad, me sentí un poco culpable de llenar los sesos del aquel incauto con esas malignas ideas. Pero qué diablos? Cualquiera que vaya por el mundo diciendo, “Claro que sí, soy de Texas”, merece que le suceda lo peor. Y él había venido una vez más para transformarse en un asno del siglo XIX en medio de una asfixiante locura heredada sin nada que recomendar salvo una tradición que vender. Muy temprano en nuestra conversación, Jimbo me había dicho que no se había perdido un Derby desde 1954. “Mi pequeña dama no vendrá de todas formas,” dijo. “Ella apretó los dientes y me dejó libre esta vez. Y cuando yo digo “libre” quiero decir libre! Me gasté diez dólares como si nada! Caballos, whisky, mujeres…mierda, hay mujeres en esta ciudad que harían de todo por dinero.”

Por qué no? El dinero es una buena cosa en estos tiempos perversos. Aún Richard Nixon lo necesita. Unos pocos días antes del Derby había declarado, “si yo tuviera dinero, lo invertiría en la Bolsa de Valores”, mientras la Bolsa continuaba su terrible caída.



Hunter S. Thompson
Scanlan's Monthly,1970

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