domingo, 6 de mayo de 2012

0 El Derby de Kentucky es decadente y depravado (III)

El día siguiente fue agotador. Con sólo treinta horas antes de la carrera, no tenía credenciales de prensa y—de acuerdo al editor de deportes del Courier-Journal de Louisville—ninguna esperanza de conseguirme una. Peor aún, yo necesitaba dos de ellas: una para mí y otra para Ralph Steadman, el dibujante inglés que habían mandado desde Londres para realizar algunos dibujos del Derby. Todo lo que sabía sobre él era que ésta sería su primera visita a los Estados Unidos. Y mientras más pensaba sobre este hecho, más miedo me daba. Cómo podría él soportar el atroz shock cultural que significaba ser arrancado de Londres y arrojado dentro de la turba embrutecida por el alcohol del Derby de Kentucky? No había forma de saberlo. Afortunadamente, llegaría al menos un día o más antes, y tendría tiempo de aclimatarse. Tal vez unas pocas horas de pacífico descanso en Bluegrass, cerca de Lexington. Mi plan era recogerlo en el aeropuerto en el enorme Pontiac Ballbuster que había arrendado a un vendedor de autos usados de nombre Coronel Quick, para luego llevarlo a algún tranquilo entorno que le recordara Inglaterra.

El Coronel Quick había resuelto el problema del auto, y el dinero (cuatro veces el precio normal) había comprado dos cuartos de una ratonera en los suburbios de la ciudad. Él único problema por resolver era el de convencer a los poderosos de Churchill Downs que Scanlan’s era una revista deportiva tan prestigiosa que el sentido común los obligara a darnos dos credenciales de las mejores que tenían para prensa. Esto no fue fácil de lograr. Mi primera llamada a la oficina de publicidad había resultado un fracaso total. El encargado de prensa estaba choqueado con la idea de que hubiera alguien tan estúpido para solicitar pases de prensa dos días antes del Derby. “Mierda, no puedes estar hablando en serio,” dijo. “El plazo final se cerró hace dos meses. El salón de prensa está lleno; no hay más espacio…y de todas formas de dónde diablos es Scanlan’s Monthly?”

Lancé una sonora queja. “No te llamó la oficina de Londres? Ellos enviaron un artista para hacer los dibujos. Steadman. Es irlandés, creo. Muy famoso allá. Sí. Yo lo conocí en la costa. La oficina de San Francisco nos dijo que todos tendríamos credenciales.”

Él parecía interesado, incluso simpático, pero no había nada que pudiera hacer. Lo estuve adulando con más palabrería, y finalmente me ofreció un compromiso: nos entregaría dos pases para entrar a los jardines del Club, pero el Club mismo y especialmente el Salón de Prensa estaban prohibidos.

“Eso suena un poco extraño,” le dije. “Es inaceptable. Nosotros tenemos que tener acceso a todo. Todo. El espectáculo, la gente, la pompa y ciertamente la carrera. No crees que hemos viajado hasta aquí para ver la maldita carrera por televisión, o sí? De una manera u otra, entraremos. Quizás sobornaremos a un guardia—o tal vez lanzaremos gas lacrimógeno sobre alguien” (me había comprado un envase de Mace en una farmacia del centro por $5.98 y de repente, en medio de la conversación telefónica, se me había cruzado la espantosa idea de usarlo en la pista. Rociar a los porteros que cuidaban las angostas puertas del sitio sagrado, luego entrar rápidamente al interior, encendiendo una gran cantidad de Mace en el salón del gobernador, justo antes que la carrera comenzara. O lanzarle gas lacrimógeno a borrachos indefensos en el vestíbulo del Club, por su propia seguridad…)


Hunter S. Thompson
Scanlan's Monthly,1970

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