domingo, 13 de mayo de 2012

0 El Derby de Kentucky es decadente y depravado (VIII)


Era sábado en la mañana, el día de la gran carrera, y nosotros desayunamos en un palacio de hamburguesa plástica llamado el “Pueblo del Pescado y la Carne”. Nuestros cuartos estaban justo al frente, cruzando la calle, en el Hotel Brown Suburban. Había un comedor, pero la comida era tan mala que no pudimos soportarla. Las meseras parecían tener inflamadas las canillas; se movían muy lentamente, quejándose y maldiciendo a los “morenos” de la cocina.

A Steadman le gustó el “Pueblo del Pescado y la Carne” porque tenían pescado y papas fritas. Yo prefería las tostadas, que en realidad eran pasta de panqueque, freída hasta alcanzar un determinado grosor y después cortada y trozada en una especie de molde para galletas que imitaba la forma de las tostadas.

Más allá del alcohol y la falta de sueño, nuestro único problema real en este punto era el asunto del acceso al Club. Finalmente, decidimos seguir adelante y robar dos pases, si era necesario, más que perdernos esa parte de la acción. Esta fue la última decisión coherente que fuimos capaces de tomar por las próximas 48 horas. Desde aquí en adelante—casi desde el instante en que partimos hacia la pista—perdimos todo control de los acontecimientos y pasamos el resto del fin de semana agitándonos en un océano de horrores. Mis notas y pensamientos sobre el Derby están un tanto mezclados.

Pero ahora, mirando el gran cuaderno rojo que llevé durante todo ese fin de semana, entiendo más o menos lo que sucedió. El cuaderno en sí está roto y arrugado; algunas de las páginas fueron arrancadas, otras están arrugadas y manchadas con lo que parece ser whisky, pero tomado como un todo, con esporádicos flashs de mi memoria, las notas parecen contar la historia. Por ejemplo:

Llovió toda la noche hasta el amanecer. No dormimos. Jesús, aquí vamos, una pesadilla de barro y demencia…pero no. Para el mediodía el sol iluminaba todo—un día perfecto, sin humedad.

Steadman está ahora preocupado por el fuego. Alguien le contó que el Club se había incendiado dos años atrás. Podría volver a suceder? Sería Horrible. Quedaríamos atrapados en el salón de prensa. Un Holocausto. Cien mil personas peleando por escapar. Borrachos gritando entre las llamas y el barro, caballos enloquecidos corriendo por todas partes. Estaríamos ciegos por el humo. Las tribunas desmoronándose en un mar de llamas con nosotros en el techo. El pobre Ralph está por sufrir una crisis nerviosa. Bebe de forma brutal en el Haig & Haig.

Fuera de la pista en nuestro taxi, evitando ese terrible estacionamiento abarrotado de gente, a $ 25 dólares el sitio, viejos desdentados indican espacios para los autos con grandes carteles que dicen: ESTACIONAR AQUÍ. “Qué bien, muchacho, olvida los tulipanes”. El cabello desordenado en su cabeza, parado como si fuera una mata de juncos.

Hunter S. Thompson
Scanlan's Monthly,1970

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