lunes, 28 de mayo de 2012

0 Últimas horas con Ernest (y V)

19.15 horas
COMPRÓ UNA NOVELA... QUE YA NUNCA LEERÁ
No fue en su primera visita del día a la librería de la Facultad cuando el profesor compró su último libro. Estuvo por la mañana y volvió por la tarde, aprovechando que bajaba a la máquina de chucherías para sacar una bolsa de palitos de pan integral. Buscaba un texto (Domicilio desconocido) que no encontró y otro que sí se pudo subir a su despacho. El título de la novela es La herencia de Esther, del raro novelista húngaro emigrado a EEUU Sándor Marài. Porque a Lluch pocas cosas no le interesaban. Ahora preparaba la publicación de textos inéditos de un memorial de Luis Ortiz del siglo XVI, con recomendaciones al rey de España para salir del atolladero financiero que daban ilustrados de la época. Y casi salido de imprenta, pendiente de su presentación, está otro libro suyo: Derechos históricos y constitucionalismo útil. Lo firma con Miguel Herrero de Miñón, compañero junto con Santiago Carrillo en la tertulia del programa radiofónico La Ventana, que dirige en la Ser Gemma Nierga.

20.00 horas
LA ÚLTIMA CHARLA Y EL ADIÓS DE SUS HIJAS
«Creo que su última conversación, aparte de con sus hijas, la mantuvo conmigo», dice el profesor Gaspar Feliu. «Hablamos de la explotación de minas de carbón, de música, de cómo se emocionaba viendo los Stradivarius del Palacio Real... Fue una charla de amigos de final de tarde». Pasaban unos pocos minutos de las ocho, porque a esa hora llegó a la Facultad la hija pequeña de Lluch,Mireia. Y Feliu la acompañó hasta el despacho de su hermana Rosa, donde también estaba su padre. Allí transcurrió la conversación. Otro profesor, Josep María Benault, se había despedido antes: «Iré el jueves a escuchar tu conferencia sobre el País Vasco en Sabadell». Lluch hizo una mueca: «Seré duro, porque la situación es dura».

Ahora, nadie sabe a ciencia cierta a qué hora cogió el abrigo y la cartera, en qué minuto exacto arrancó el coche y pasó por el lateral del Camp Nou camino del aparcamiento mortal. Quizás las nueve en punto. Nadie mira el reloj los días sin citas inexcusables... «Si tenéis aún cosas que hacer, yo entonces me voy para casa, que estoy cansado», dijo a Rosa y Mireia, sus hijas. Fuera, al otro lado, aguardaban tres pistoleros que llevaban una semana acechando en secreto al profesor. Dos disparos pararon el tiempo. ¿Qué hora era?


Ildefonso Olmedo
El Mundo,26 de noviembre del 2000


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