jueves, 2 de agosto de 2012

0 La sonata de estío, de Don Ramón del Valle-Inclán (VI)


En esto de las comparaciones es muy curioso observar la influencia de los autores extraños sobre el señor Valle-Inclán, sin que esto sea negar que hayan influido de otros varios modos. La prosa clásica idolatrada ha sido poco amiga de esas asimilaciones, de esos acercamientos concisos y rápidos, y fiel a la tradición romana, ha preferido ciertas comparaciones casi alegóricas. Se recorren páginas y páginas de los Escudero Marcos, de los Guzmán de Alfarache, libros eriales de nuestra literatura, sin que sea posible cortar la flor de una imagen. Por otra parte, la comparación genuinamente castellana, la que tiene abolengo en los clásicos y que aun perdura en los escritores nuestros del siglo pasado, es una comparación integral de toda la idea primera que se casa con toda otra idea segunda.
La razón de esa ingenuidad no osaré decirla, porque aun suena mal a muchos oídos que se diga: las comparaciones castellanas son integrales, porque nuestra literatura, y más aún nuestra lengua, han sido principalmente oratorias, retóricas. Como esto desagrada un poco y no es piadoso desagradar a conciencia, no he de decirlo.
Pues bien; el señor Valle-Inclán cuaja sus párrafos de semejanzas y emplea casi exclusivamente imágenes unilaterales, es decir, imágenes que nacen, no de toda la idea, sino de uno de sus lados o aristas. De un molinero que adelanta por un zaguán se lee que es “alegre y picaresco como un libro de antiguos decires”; del seno de Beatriz, que “es de blancura eucarística”; y en otro lugar: “Largos y penetrantes alaridos llegaban al salón desde el fondo misterioso del palacio: agitaban la oscuridad, palpitaban en el silencio como las alas del murciélago Lucifer…” Esta faena de unir ideas muy distantes por un hilo tenue, no la ha aprendido de juro el señor Valle-Inclán en los escritores castellanos: es arte extranjero, y en nuestra tierra son raros quienes tuvieron tales inspiraciones.
En ese estilo precioso que se repite con cierta dulce monotonía, que desprende un vaho de cosas sugeridas, presenta sus personajes y dibuja sus escenas el autor de estas Memorias Amables.
¡Los personajes!...Después de lo que al comenzar he dicho, fácil es suponerlos…Hombres galantes, altivos, audaces, que derrumban corazones y doncelleces, que pelean y desdeñan, amigos de considerar los sucesos de sus vidas con cierta fácil filosofía petulante… Villanos humildes, aduladores, de rostro castizo y hablar antiguo…Clérigos y frailes campanudos y mujeriegos: toda una galería de hombres de aventura, tomados en una tercera parte de sus fisionomías de conocimientos del autor, y en as otras dos de los cronistas de Indias, de las Memorias de Casanova y Benvenuto y de las novelas picarescas. Las mujeres suelen ser o rubias, débiles, asustadizas, supersticiosas y sin voluntad, que se entreguen absorbidas por la fortaleza y gallardía de un hombre, o damas del “Renacimiento”, de magnífica hermosura, ardientes y sin escrúpulos.

José Ortega y Gasset
La lectura, febrero de 1904

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