sábado, 18 de agosto de 2012

0 Quinquis del cielo


Tres aviones de Ryanair, cargados de peña, dieron la alarma cuando sobrevolaban Valencia porque se les acababa el combustible. Esta compañía, colosal por dar viajes a peseta y hacérselo pagar después al usuario con un despliegue de humillaciones, triunfa pese a patentar una de las formas más burdas de volar: la de convertir sus aparatos en ruletas rusas. La natural psicosis del ahorro y el llegar a toda Europa por menos de lo que cuesta el bonometro es una trampa. Un avión sale siempre muy caro. Más un avión que suspira de viejo como los de Ryanair, ferrallas asmáticas del cielo. Por eso se va más seguro a lomos del albatros de Baudelaire, incapaz de mover las alas, que en uno de estos bichos que despegan con 150 tíos en la panza y los mismos galones de gasoil que exige mi Mobylette para llevarme a las calas.
Estas compañías low cost suponen el falso café para todos del volar. Y, a la vez, la aceptada degradación del viaje y su impronta de amenaza. En la puerta de embarque de Ryanair sólo falta que la azafata te conduzca hasta el finger a hostias, pues lo barato gasta mala baba. Por menos de 10 pavos que cuesta llegar a Fráncfort tienes derecho a no tener derechos. A llevar la bolsa de viaje entre las patas. A que te echen a puntapiés si el equipaje de mano abulta un dedo de más por una esquina. A que no te permitan leer ni dormir por la metralla de una desquiciada megafonía de teletienda. A respirar tres veces por minuto para ir más ligeros, que vamos justos de oxígeno... Hay un oscuro placer tercermundista en aceptar pirarte con Ryanair. Una cristiana resignación. Nadie ha llegado más lejos en hacer de un desplazamiento una macarrada de tanto espesor. Es un síntoma de la Europa non stop. El éxtasis de aceptar ahorro a cambio de riesgo. Patético. Aunque a todo se acostumbra uno.
Así se llega, con mucho esmero en la desidia, a acumular 100 expedientes sancionadores como los que luce esta marca. (¿Por qué no hemos fabricado la noticia cuando ya eran 50?). Así se alcanza el récord de tres aterrizajes extremos en un sólo día y en la misma ciudad. Así se juega al gua con la vida de unas 400 personas en lo que se tarda en llegar de Madrid a Manises con aviones sequizos. A ver qué hace Fomento, que debiera haber decapitado la escalerilla a estos quinquis del aire. Ya verás como caiga un cacharro de esos, un cruce de chiquero alado y cárcel modelo. Pues su ganadería somos nosotros.
Antonio Lucas/El Mundo

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