jueves, 27 de septiembre de 2012

0 Por encima de mí

El paso del tiempo o acaso la paternidad -lo primero que hice al llegar a casa con mi hijo fue mecerlo en la cocina delante de un ventanuco iluminado como Vito Corleone a Michael- me ha dejado en una posición especialmente sensible: la del hombre que, semirretirado del cinismo, se levanta con cierta desgana del sofá para plantarse en la puerta como profetizó Jünger al negar que la inviolabilidad del domicilio se funda en la Constitución: «En realidad la inviolabilidad del domicilio se basa en el padre de familia que aparece en la puerta de la casa acompañado de sus hijos y empuñando un hacha en la mano». En eso pensaba yo un poco emocionado apretando los puñitos cuando vi al encargado del bar Prado estirando los brazos delante de la puerta de su local con varias cabezas calladas asomándose. Me gusta pensar que ese hombre exaltado que se agita e implora no está defendiendo la democracia de golpe ni erigiéndose en un repentino Gandhi, sino protegiendo a su familia, velando por el negocio y evitando una desgracia tanto a terceros como a él mismo. Se advierte ahí la misma exasperación de aquel chaval al que una bomba etarra le destrozó la casa que llevaba haciendo cuatros años y se fue mazo en mano a reventar una herriko taberna; al propio Zidane anteponiendo el honor de su familia a un campeonato, y hacerlo además con una belleza plástica superior a todos sus regates juntos. Con la autodelación del infiltrado al grito de «soy compañero», en ese tono de quienes saben de primera mano lo que se avecina cuando a uno lo rodean cuatro antidisturbios, creí acabado el rosario de estampas del 25S, pero quedaba una más: Miguel Ángel Aguilar asediado al grito de «así te zumbe la ETA». Tenía que haber enrollado su ejemplar de El País y zurrarle con él al antisistema. Ahí sí que se acaba la Transición.

Manuel Jabois
El Mundo

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