viernes, 26 de octubre de 2012

0 Gladiadores modernos, piscinas turbias y ángeles ebrios. Cuatro días en Las Vegas para la pelea cumbre de la lucha definitiva (I)



320 golpes en 23 minutos. Casi 16 por minuto. La primera vez en que Anderson Silva, el invicto luchador brasileño, se enfrentó al estadounidense Chael Sonnen, se batió el récord de golpes efectivos en un solo combate de la historia de la UFC. De todo se lleva hoy estadísticas, ya se sabe. Sonnen, un underdog, un jornalero del trompazo entrado en la treintena que a la manera de Rocky Balboa se encontraba ante la única oportunidad de su vida, sometió a un castigo inhumano al mejor luchador de todos los tiempos, el invicto cinturón negro en jiu-jitsu, capoeira, judo, taekwondo y muay-thai. Pero este, cuando los jueces ya rellenaban su ficha de puntos, reforzó su leyenda: con una llave neutralizó a Sonnen y le obligó a rendirse.
Puede que sea el mejor combate de la historia. La UFC fue aplazando dos años la revancha, cocinando a fuego lento la expectación.
A mí me invitaron a asistir a su reencuentro. En Las Vegas.
Aterrizo un martes, la pelea es el sábado. El aeropuerto está junto al Strip, la avenida de kilómetros de largo en la que se agolpan los hoteles-complejos de fantasía. Mientras el avión busca el slot para desembarcarnos, por las ventanillas veo a una calle de distancia la pirámide del Luxor, el resplandor dorado del Mandalay, la fantasía infantiloide del Excalibur.
Al minibús que me lleva a mi hotel, el MGM Grand, se suben las dos chicas alemanas con las que he compartido fila de asientos desde Charlotte, una pareja de noruegos, unos neoyorquinos. En la parte de delante, uno de esos obesos norteamericanos. Según arrancamos, se pone en pie y empieza a hablar con esa característica entonación estadounidense de profesional de la comunicación, que a mí siempre me hace pensar si es la realidad la que copia a la ficción —los ciudadanos hablando como los actores y presentadores que suponen el 90% de su contacto diario con seres humanos— o la ficción a la realidad. Después de cinco minutos de charla, todo se reduce al equivalente local de una de esas visitas a El Escorial con regalo de una olla en la que, sin compromiso, ustedes, señores jubilados, pueden conocer los últimos productos de nuestra empresa, sean cuberterías de plata, jamones, o colchones.
Si les parece un poco decepcionante como llegada a la capital mundial del vicio, el juego y los deportes de lucha es porque, como yo, no han estado antes en Las Vegas.
El UFC 148 se celebra el fin de semana del 4 de julio. En consonancia con fecha, ubicación e importancia del combate de fondo, todo a su alrededor está concebido como un evento de primer orden mundial. Esa noche también se retira Tito Ortiz, el luchador rebelde con más de una década de éxitos y pareja de la ex pornostarJenna Jameson. Y la velada culminará cuatro días de actos, conciertos y una feria para más de 35.000 personas, el doble de los afortunados con entrada para el pabellón del hotel MGM Grand, donde se disputarán los combates.
Las artes marciales mixtas son el deporte que más crece en audiencia televisiva en Estados Unidos, Japón, Rusia o Brasil. Desconocidas en España, donde sólo el canal Energy emite un reality show que organizan para conseguir nuevos luchadores, ya han llenado pabellones de 50.000 espectadores también en Canadá o Suecia.
Sin embargo, hasta convertirse hoy en una más que seria amenaza para el boxeo, la ruta ha sido tortuosa. Su origen es la tradicional discusión infantil sobre “quién podría más”, Superman o Spiderman, Chuck Norris oSylvester Stallone, trasladada al mundo real. ¿Quién podría más, un campeón de kárate, uno de boxeo, uno de lucha o uno de sumo? Las primeras veladas de lo que se llamó primero War of the Worlds (la guerra de los mundos) y luego Ultimate Fighting Championship (UFC, campeonato de lucha definitiva) no fueron tan amables: ocho expertos en diferentes deportes se eliminaban sucesivamente hasta que sólo quedara un ganador. La lona, situada en un octágono enrejado que se convertirá en el eje de una poderosa iconografía propia, debe ser siempre fregada entre combates para quitar la sangre.

El debut fue en Denver, en noviembre de 1993. Bajo el slogan “¡No hay reglas!” y la dirección creativa de John Millius, el bizarro director del Conan de Schwarzenegger y la muy chiflada Amanecer rojo, el evento consiguió casi 90.000 abonados en pay-per-view. Los buenos resultados económicos abrieron al puerta a sucesivas citas.

¿Y quién ganaba, entonces? ¿Batman o La Masa? La respuesta debió sorprender a casi todos los espectadores, menos al citado Millius, que se entrenaba con el campeón: Royce Gracie, brasileño miembro de una familia que había creado su propia rama del jiu-jitsu. Entre un abanico de mortíferos repartidores de mamporros que le superaban en decenas de kilos y unos cuantos centímetros, el arma más letal resultó ser la habilidad de Gracie para someter a sus rivales con llaves asfixiantes, combinada con la capacidad para mantener a distancia sus golpes. En Youtube —el canal de la UFC es el que más visitas tiene entre los deportes en Estados Unidos— pueden verse imágenes de las citas originales, incluyendo el disparate protagonizado por un campeón de savaté (versión francesa del kickboxing) y uno de sumo, que dura apenas unos segundos para terminar para siempre con la presencia del deporte tradicional japonés en estas citas.

Julián Díez
Jot Down

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