martes, 30 de octubre de 2012

0 Gladiadores modernos, piscinas turbias y ángeles ebrios. Cuatro días en Las Vegas para la pelea cumbre de la lucha definitiva (IV)



Otra noticia, menos importante en lo empresarial pero casi definitiva en lo psicológico, es la retirada del ruso Fedor Emilianenko. Dominador invicto durante diez años de los pesos pesados, los Fertita llegaron a ofrecerle dos millones de dólares por combate más el porcentaje del pay-per-view; el doble de lo que cobra Anderson Silva, el considerado mejor luchador del mundo “libra por libra”. Sin embargo, Emilianenko nunca entró en la UFC, lo que ha dado lugar a las inevitables especulaciones en el mundillo, y se mantuvo como freelance que peleaba aquí y allá casi toda su carrera. Su retirada el pasado mes de enero supone que no queda ningún luchador de verdadero relieve público fuera de la órbita de la UFC. Y, por tanto, los de nivel medio-alto como Le deben entrar en ella, porque va a ser el último lugar con ingresos relevantes.

Entre Coté y Le fluye en la rueda de prensa el tipo de relación de camaradería distante que domina en este deporte. En la idea de que pueden hacerse mucho daño el uno al otro, no quieren darse motivo para ello. Se respetan, hablan del rival con una consideración un punto chocante para alguien con quien vas a cruzar todos los golpes imaginables al cabo de 48 horas. Luego, Coté es rodeado por una docena de medios canadienses, que le dan tratamiento de estrella aunque no esté muy por encima del puesto diez del peso medio. El sábado, Le vencerá sin complicación alguna.
Luego sale la estrella de la jornada, Tito Ortiz. La comparecencia de Anderson y Sonnen se adelantó por tener entidad propia, pero también para dejar que “El Campeón del Pueblo” tuviera su gran adiós ante la prensa y los aficionados, que ya llenan el resto de la sala y los alrededores de la piscina. Ortiz accederá al Hall of Fame del deporte horas antes de su combate final, tras una carrera de 15 años: debutó en el UFC 13 y se va a despedir en el 148. En rigor, Ortiz lleva los últimos seis años largos viviendo de sus éxitos pasados, su carisma como ídolo de los hispanos y su fama como pareja de pornostar, con tormentas incluidas. Perdió siete de sus últimos ocho combates, y si no ha decidido retirarse él, lo habrá hecho la UFC, con la que ha tenido sus más y sus menos a lo largo de su carrera, por el sencillo método de no ofrecerle más combates. Tal vez sea eso lo ocurrido, claro. Fue uno de los hombres que cimentó el desarrollo de la empresa, pero también esta le dio de lado en algún momento en que las cosas se torcieron.
Los luchadores firman contratos por varios combates con la UFC. Esta rastrea talentos en su propio reality show,en competiciones menores o en campeonatos de distintas artes marciales. Ese contrato te fija una bolsa segura por combate para tres, cuatro peleas; también es posible ganar bonus en cada velada por el mejor k.o, el mejor combate etc. Puedes tener aparte tus contratos publicitarios. Si vas sumando victorias, o bien si tienes alguna derrota pero aportando espectáculo y creándote un buen perfil profesional, puedes renegociar al alza. Todo muy americano, muy “tanto logras, tanto vales”, con una permanente selección natural de los mejores.

A cambio, la UFC decide tus rivales y las fechas en que combatirás, normalmente un par de veces al año. También es la que gestiona los arbitrajes, te obliga a presencia en actos públicos etcétera. Es decir, te protege y paga bien, pero tiene bastantes medios para ponerte las cosas difíciles. Por otro lado, ese control es precisamente el que está permitiendo a la UFC crecer tan rápidamente: sus luchadores son figuras accesibles, siempre disponibles para todo tipo de actos y promociones. Y en cuanto a los enfrentamientos, cocina los tiempos de manera que siempre crezca la expectación. Mientras en el boxeo los combates dependen de acuerdos sobre las bolsas, negociaciones para el reparto del pay-per-view etcétera, y por ejemplo hay quien dice que jamás se verá un Pacquiao-Mayweather, en el micromundo cerrado de la UFC las rivalidades siempre desembocan en un combate de fondo que deja claras las cosas. De alguna manera, han conseguido trasladar en parte el control de los tiempos y el efectismo propios del wrestling a peleas reales, más duras que los del boxeo actual. El premio ha sido mejores audiencias televisivas en Estados Unidos que el boxeo entre los menores de 35 años.

Ortiz, como dije, chocó en varias ocasiones con decisiones de la empresa. Y esta, ahora, le puso para su combate final un regalo envenenado como rival: Forrest Griffin. Por un lado, puede interpretarse como una muestra de respeto que, tras tantas derrotas, el último combate que te asignen sea de entidad. Por otro, vaya problema tener que medirse con un tipo tan duro justo el día de marcharse. Ambos se han enfrentado dos veces, con una victoria para cada uno. Pero lo peor es que, al corresponderle Griffin, Ortiz ni siquiera podría contar con la simpatía unánime del público para su despedida. Ex policía de Georgia, Griffin vendió cuanto tenía para marcharse a Las Vegas en busca de su sueño de ser luchador profesional. Hace siete años ganó el primer reality show de The Ultimate Fighter, con una victoria en la pelea que está considerada como el inicio de la edad moderna de este deporte por su impacto mediático. Fue campeón del mundo y ha tenido una carrera regular, impulsada en parte por el hecho de que es un tipo que cae bien. De habla pausada y gesto un tanto simiesco, ha creado una línea de camisetas con un mono, un excelente ejemplo de su sentido del humor autocrítico. Además, pelea en su hogar de adopción.

La rueda de prensa de ambos es el choque de dos mundos. Griffin lleva pantalones cortos de deporte, una de sus camisetas, y hace continuos comentarios sarcásticos, generalmente en contra de sus propias habilidades y acerca de su pereza para entrenarse. En alguna ocasión incluso consigue arrancar una sombra de sonrisa de Ortiz, que permanece en esa pose de jefe indio impasible tan característica en el mundo de los deportes de contacto. Vestido con un impecable terno claro, Ortiz desafía al mundo desde su confianza de self made man surgido del arroyo. Salpica el balance de su carrera con sentencias tipo “tenía tres opciones: la muerte, la cárcel, o las artes marciales mixtas”, que arrancan el entusiasmo de los asistentes, incluyendo unas niñas canadienses de diez años que preguntan  a los luchadores cuando se da oportunidad al público. Ahora dice que se dedicará a sus gimnasios y, tal vez, a hacer algún pinito en el cine.

Julián Díez
Jot Down

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