jueves, 1 de noviembre de 2012

0 Gladiadores modernos, piscinas turbias y ángeles ebrios. Cuatro días en Las Vegas para la pelea cumbre de la lucha definitiva (V)


La forma en que Ortiz mira a su alrededor, desde su pedestal de celebridad, me resulta un tanto ridícula y me hace reflexionar en general sobre el fenómeno de la fama. Quiero decir: ahí está el tipo repartiendo condescendencia desde su condición de rey del mundo, y yo ni siquiera sabía quién era hace tres días, como no lo sabrán el 99% de las personas que me están leyendo. Sin embargo, es obvio que aquí es un dios. Conseguir ahora mismo una entrevista individual con él es tan inconcebible como podría serlo a NadalMourinho o Alonso.

Me acuerdo de una de mis anécdotas favoritas, una vez que fuimos a un garito en Santander unos cuantos periodistas deportivos después de un Racing-Real Madrid y no nos dejaron entrar. Un presentador de Telemadrid se fue al gorila de la puerta y le preguntó lo de “¿es que no sabes quién soy yo?” Mal cálculo: efectivamente, no tenía ni idea.
Siempre he pensado en lo insatisfactorio que resulta la fama como logro, en su caducidad y el trabajo constante que exige su mantenimiento, pero también está la limitación geográfica e idiomática. Te lo curras para ser el puñetero amo aquí y un avión después te ponen el whisky de garrafón como al resto de los cristianos, porque eres de nuevo un don nadie. Así, desde mi perspectiva, ver a Ortiz medir sus palabras como si fueran ex catedra, da por momentos incluso un poco de risa.
Dos días después, Ortiz dominará casi completamente el combate, de manera inesperada dados los antecedentes inmediatos. El público se va poniendo de su lado. En las siete peleas previas de esa velada resueltas a los puntos fui capaz siempre de adivinar el vencedor, pese a mi total desconocimiento hasta esta semana de las artes marciales mixtas. Pero llega la sorpresa: se da a Griffin como ganador a los puntos. El francés demente que se sienta a mi lado en la grada se hace cruces, dice que es un robo, una venganza. Griffin decide pasar de la entrevista como vencedor, le arranca el micrófono al speaker y le hace él mismo preguntas a Ortiz. Aunque contrariado, y pese a no rellenar ya un impresionante traje color hueso sino unos calzones ajustados, “El Campeón del Pueblo” sigue hablando con la munificencia del Papa de Roma.

Pero volvamos a la cita del jueves. Después de las comparecencias viene el entrenamiento público. Miro un rato trabajar a Sonnen. Efectivamente, el tipo es “a man on a mission”: el gesto es de absoluta concentración, de ira contenida. Los comentarios de Sonnen sobre Brasil han bordeado la xenofobia, y es fácil imaginar a varios de los que le animan por aquí enseñando orgullosos su carnet de la Asociación Nacional del Rifle, por no desarrollar el kit completo.
Aunque muy fuerte de brazos y piernas, y con distintos entrenadores para trabajar los golpes del tren superior y el inferior, Sonnen tiene ese puntito de grasa que conviene a los combatientes para encajar golpes en el cuerpo y tirar de reservas durante los intensísimos 25 minutos que podría llegar a durar su pelea.
Por ello, su cuerpo o el de la mayoría de luchadores a partir del peso medio, no es exactamente escultural, aunque entre las numerosas mujeres del público unas cuantas le observan con interés. La abundancia de mujeres en el entorno de la UFC es llamativa, tal vez coincidente con la admiración que despertaban los gladiadores en la antigua Roma entre las mujeres de clase alta. En su clásica Laureles de ceniza, que leí pocas semanas antes, Norbert Rouland habla sobre esa atracción de la muerte, el poderoso afrodisíaco que supone el peligro sumado a la fortaleza de un cuerpo trabajado. Quizá el mito de la mujer atraída sobre todo por hombres hermosos pero sensibles, y que desconfía de los fuertes que garantizarían fecundidad y supervivencia, sea fruto de una conspiración que hemos urdido los débiles para conseguir pareja, y no tanto de las comedias románticas y las revistas femeninas. Sea como fuere, entre ese público femenino que supone un 30% de la asistencia a los eventos de la UFC no es fácil realizar una categorización simplista: hay algunos floreros que acuden del brazo del equivalente local del empresario arribista español —cincuentón de pelo hacia atrás, barriguilla apretando la camisa Ralph Lauren, cinco o diez centímetros menos que la acompañante en tacones—, y unas cuantas representantes de pura raza de la creciente tribu urbana “white trash”. Pero también mujeres de aire profesional, madres convencionales o grupos de amigas solteras, que disfrutan del espectáculo por sí mismo y lo entienden, en su mayoría por razones simplemente deportivas.

Decido volver caminando hasta mi hotel, que está casi en el otro extremo del Strip. Son varios kilómetros por la avenida a lo largo en la que se van sucediendo los hotelazos que forman el paisaje urbano de las cortinillas de CSI: el Venecia, el Caesar Palace, el Bellagio, el Montecarlo… El calor del desierto aprieta, y la moda para combatirlo es llevar unos gigantescos cócteles granizados en tubo de plástico. Para cruzar las ocasionales calles perpendiculares, no hay pasos de cebra ni semáforos: es necesario entrar en un casino, acceder a una pasarela que lleva a otro casino y volver a salir a la calle.

Julián Díez
Jot Down

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