lunes, 14 de enero de 2013

0 No hace falta cambiar la Constitución


Predicaba Bonaparte, y fue dicho célebre, que para lograr que un problema de Estado no se resuelva jamás, el mejor método consiste en nombrar un comité. Aunque, de vivir en España y hoy, lo hubiera cambiado por proponer la reforma de la Constitución, cantinela aquí tan recurrente igual a diestra que a siniestra. Al punto de que se podrían abrir las portadas de los periódicos todos los días del año con el mismo titular: "Fulanito –o Menganita– propone reformar la Constitución". Ayer mismo, sin ir más lejos, Pérez Rubalcaba volvió a sentenciar con semblante circunspecto, el propio de las grandes declaraciones institucionales, que procede cambiar la Carta Magna al objeto de que el señor Navarro, de Tarrasa, se sienta cómodo dentro del Reino de España.
Bien sabe Rubalcaba, hombre que alguna formación científica posee, que resultaría más fácil modificar la Ley de la Gravitación Universal que el malhadado Título VIII de la Constitución Española. Y por eso lo dice: para no decir nada y que parezca todo lo contrario. Porque ni la fantasía maragalliana del federalismo asimétrico ni su opuesta, la quimera de cuantos sueñan con suprimir el Estado autonómico, disponen de posibilidad ninguna extramuros de lo onírico. Una reforma de la Constitución que afectara al régimen de las Comunidades Autónomas únicamente podría acometerse por la vía, complejísima, que prevé el artículo 167. Algo que, de facto, la torna imposible de no darse un acuerdo nacional en la práctica unánime. Confluencia de voluntades que, desengáñense los ilusos, nunca se producirá.
No obstante, en España lo castizo es el puñetazo en la mesa, la tábula rasa y el empezar de cero. Los testículos, es sabido, siempre usurpando las labores del cerebro. De ahí la secular afición patria a andar haciendo y deshaciendo constituciones sin cesar. Y también de ahí el estéril maximalismo retórico con el cuento de la reforma de la Ley Fundamental. Poco se habla, sin embargo, de otras cirugías menos aparatosas con que adecentar la chapuza jurídica de los constituyentes de 1978. Cirugías posibles como las que explora el académico Santiago Muñoz Machado en su ya imprescindibleInforme sobre España. Por ejemplo, otorgando a los jueces ordinarios la potestad de dejar inaplicadas las leyes contrarias a la Constitución. Continuará.
José García Domínguez / Libertad Digital

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