miércoles, 20 de febrero de 2013

0 La chica de Cascais


En Cascais, que aún va a ser para ella lo que Cádiz para Robinho, esos territorios mitológicos donde a uno lo entierran las expectativas, Beatriz Talegón se hizo inmensamente famosa. Les dijo a los gerifaltes socialistas que no se podía "hacer una revolución desde un hotel de cinco estrellas llegando en coches de lujo". Fue el primer discurso improvisado de un político español desde Tierno Galván, y todo el mundo corrió rápido a celebrarlo por lo que suponía de aldabonazo moral en una sociedad necesitada de héroes. Debí de ser el único al que le sobresaltó más lo de "hacer una revolución", pero está demostrado científicamente que en una frase que incluya hotel de cinco estrellas y coches de lujo, puede decirse cualquier cosa.
El móvil de Beatriz Talegón empezó a sonar y no paró hasta ayer, cuando a la gran esperanza del socialismo español la riñó Jordi González. Ha sido un camino tortuoso pero necesario. A Pablo Iglesias también le hubiera abroncado Jorge Javier por llegar tarde. Talegón ha retoñado, se ve su morena cabeza asomando por entre las tierras como un fruto exótico, y le ha dicho que sí a todos los periodistas. Hay dos maneras de cavar tu tumba en España: decirles que sí a los periodistas y decirles que no. Talegón está probando con la primera y hoy al despertarme me sorprendió encontrarme por casa a mi novia y no a ella.Los quince minutos de fama que prometía Warhol son quince programas. Si Beatriz es la savia nueva del PSOE y el rostro fresco que esperan muchos, debería saber que no hay nada que envejezca más que la tele: en dos horas la audiencia tiene la sensación de haber estado contigo diez años. Por eso de Jordi Hurtado no nos sorprende que haya nacido en 1957, sino que lo haya hecho después de Cristo.
Lo que hizo en Cascais Beatriz fue ponerle a su juventud descarada y su rebeldía un discurso de moda que sitúa el debate en un callejón moral sin salida; prueba de ello es que ya ha tenido que presumir de cobrar poco y ha dicho que no vuela en primera clase por principios. El problema de reprocharle a la gente los hoteles y los coches es que te condenas al metro. No volar en primera clase por principios: qué cojones es eso. Hace un mes tuve un vuelo de diez horas y hubiera vendido a mi familia por un asiento allí. De hecho aproveché que todo el avión dormía para colarme en business con tan mala suerte que me senté encima de un gordo y casi tenemos que aterrizar de urgencia. Esos son mis principios y no tengo más: si el estatus no llega, el purito asalto. No es una cuestión de postureo, elitismo o lujo, sino comodidad: un hotel de cinco estrellas es cómodo, un coche de lujo es cómodo y un asiento en primera clase es cómodo. Yo escribo todos los días, mucho y lo mejor que puedo, para ganar dinero. Y cualquier día me pongo a darle réplica a Cervantes en la literatura universal sólo para estirar las piernas en un avión.
Hay que celebrar la venida de Talegón por lo que supone de arrojo, pero el discurso profundiza en el zapaterismo de tuits. Del camarero Alberto Casillas a ella hay un trecho breve y angustioso. No puso a los socialistas delante de un espejo: se miraron al espejo y la vieron a ella, por eso aplaudieron a rabiar como aplaudía el público de Oscar Wilde al verse caricaturizado. El PSOE no necesita ideas nuevas sino viejas, que son las de sus intelectuales que se le han ido bajando del caballo por rabia, frustración o aburrimiento. Medir a Beatriz Talegón por cuánto gana, cómo viaja y qué restaurantes frecuenta es la España actual, y no es lo peor: Rajoy y Rubalcaba se han sumado con estrépito. Pero es el lugar en el que se ha arrinconado sola y en el que se han ido arrinconando todos, sujetos a una expiación colectiva que a mí se me cae la cara de vergüenza.
Ayer la echaron a gritos de la calle y rompió a llorar amargamente; vapuleada por el gentío imprevisible como una brújula rota, Beatriz Talegón salió de la manifestación con el mismo rictus con el que los empleados del Museo de Cera vacían a celebridades caídas en desgracia. Ha sido todo muy rápido y muy intenso, como un amor de verano. Pero es inteligente y sobrevivirá, espero que no como american beauty, esas flores artificiales que representan una belleza ideal, entre otras cosas porque vivir de acuerdo a un ideal estricto fuera de la política es difícil. Dentro, imposible.
Manuel Jabois / El Mundo

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