miércoles, 6 de marzo de 2013

0 "This is England"


Puede que sea una impresión errónea mía, lo que no sería de extrañar, porque suelo tener impresiones erróneas como otros tienen alucinaciones. Lo cierto es que me parece que los lectores nos parecemos cada vez más, dado el vértigo de todo, a los hinchas de los equipos de fútbol. Es sabido que una de las características esenciales de un hincha o aún de un mero aficionado consiste en una envidiable capacidad de olvido: lo juzga todo por el puro presente, como mucho por el pasado inmediato, es decir, lo que aconteció en el terreno de juego el pasado domingo. No le importa las copas que un entrenador ganara en los últimos años, los goles que un ariete metió la temporada pasada: si este domingo falla un gol cantado, le va a echar la bronca igual, le va a llamar "manta" igual, sin pararse a considerar que ese muchacho el año pasado le dio treinta y siete alegrías, algunas por la escuadra y unas pocas de penalti. Eso, supongo, lo han heredado los hinchas de los periodistas deportivos,extraordinarias criaturas para los que la Historia no es más que un montón de necrológicas mal escritas. O al revés, los periodistas deportivos lo han heredado de los hinchas, vete a saber. De alguno de ellos lo hemos heredado los lectores. Leemos una novela de un autor predilecto, no nos gusta, y en seguida pensamos que se ha muerto, que ya no se va a levantar, que se acabó. Y echamos al olvido las cinco o seis novelas de ese autor que nos encantaron, divirtieron o emocionaron. Puede que como mucho le demos una oportunidad, que nos digamos: a ver si el próximo domingo se comporta. Y si no, le gritaremos "manta".
Si hubiera que representar la trayectoria de Martin Amis con un gráfico, el resultado se parecería al gráfico de una etapa del Tour de Francia donde los puertos de primera categoría están todos al comenzar la etapa y se ha dejado el llano, kilómetros y kilómetros de llano, para el final. Aunque no sepamos aún cómo será el final de verdad y confiamos en que vuelvan los puertos de primera categoría. Lo cierto es que sus últimas novelas, por mucho que tuvieran todas ellas el timbre Amis, párrafos poderosos, hallazgos verbales memorables, eran monolíticamente decepcionantes. Eran decepcionantes fundamentalmente por culpa de Martin Amis, claro: uno no se hace ilusiones con cualquiera y aunque sepamos a ciencia cierta que el culpable de una desilusión es siempre quien se desilusiona, porque nadie le mandaba hacerse ilusiones, no puede uno por menos quedar lastimado y pensar: ah, qué se fue del autor de El libro de Raquel, qué del autor de La Información, nada menos que La Información, una de las novelas más divertidas y potentes que haya leído uno en su vida, qué se fue del autor de esa obra maestra que es Tren Nocturno. Tanto nos gusta Martin Amis que es posible que sea de los cuatro o cinco autores a los que le podemos consentir media docena de decepciones: dos por cada gran novela suya que hemos leído. Así que sale Lionel Asbo, su última novela, y ahí estamos, con la bufanda de nuestro equipo, en las gradas, esperando no tener que llamarle "manta", rogando al cielo que no tengamos que echar mano a la memoria para recordar las veces que nos hizo gritar gol.
La Casa de los encuentros ni fu ni fa, y Perro Amarillo de verdad que no, y La viuda embarazada ufffff,Lionel Asbo deja atisbar al menos que Amis recobra la forma. No está, ni de lejos, cerca de sus grandes temporadas, está a millas de distancia de la poesía de Tren Nocturno,  de la hilarante frescura de El libro de Raquel, de la fuerza de La Información, pero al menos tiene momentos en los que te tiras al suelo de la risa, lo que tal y como están las cosas no es poco. Claro que Amis se lo pone fácil a sí mismo y para no correr riesgos está cerca de utilizar los rigores de la astracanada para formular su impresión de Inglaterra, mediante un personaje sacado de madre, un broncas colosal que tiene dos pitbulls ?no son mascotas, dice, son herramientas de trabajo- cuyo mote se corresponde con las siglas de "Anti Social Behavior Orders", ley aprobada por Tony Blair en 1998. El tal Lionel tiene un sobrino, un chico sensible que trata de salvarse enseñándose a sí mismo todo lo que sea capaz de aprender, pero que comete el error de enamorarse de la madre de Lionel, o sea, de su abuela. Lo peor de todo es que es correspondido. Como se ve, de ahí a la astracanada hay muy poco. Sin embargo, Amis salva los muebles gracias a su portentoso estilo, un estilo que aquí y allá brilla como en sus mejores momentos: no hay que engañarse, nadie tiene la fuerza y la brillantez de Amis cuando Amis acierta. Algunas escenas cómicas son inolvidables (como la batalla épica de Lionel con una langosta en un restaurante de postín), aunque también es cierto que hacer sátira con personajes tan sacados de madre es más fácil que hacerla con gente normal, como solía hacerlo el gran Amis de sus primeros libros. En Lionel Asbo acierta cuando, una vez puestos los cimientos de la astracanada, lo convierte todo en una inmensa sátira feroz de un Londres acanallado y violento, lleno de crápulas e idiotas, idiotas por todas partes, y hace una alucinada exaltación de la venganza como modo único de hacer justicia, porque, en puridad, el fundamento primero de la justicia no tiene más remedio que ser la venganza, y le da la vuelta a todo valor moral convirtiéndolo en papel higiénico y potenciando como valores lo que de hecho en nuestros días son los grandes valores: la plata, la capacidad para corromperse, el arte de ejercer la violencia, ya saben.
No sé, tal vez sea precipitado decir que el gran Amis ha vuelto. Pero por lo menos uno no va a quitarse su bufanda de hincha, y lo que parece claro es que Amis se lo ha pasado en grande escribiendo su novela más bruta y descarada.
Juan Bonilla / El Mundo

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