miércoles, 3 de julio de 2013

0 Gente y aparte: Recentrés y decalés por José Javier Esparza (ABC, 11 de abril de 1987)

Recentrés y decalés



Hacia 1992 habrá unos seis millones de españoles que, nacidos entre 1960 y 1970, formarán nuestra primera generación posmoderna. Creados en la prosperidad del desarrollismo, acostumbrados al televisor, teen agers de la transición, han despertado a la vida social al mismo tiempo que al pop, el cómic, el cine; protagonistas de huelgas estudiantiles, hijos del SIDA y de la Guerra de las Galaxias, los primeros posmodernos españoles son muy similares a los europeos. Educados en la moralina utópico-humanitaria y en la opresiva tolerancia de la generación precedente –la de mayo del 68-, cubren de sarcasmos las boutades sesentayochistas tipo Papá-Maravall: “puesta-de-largo-reivindicantiva-de-la-primera-generación-democrática”. Ellos serán los españoles cañís de 1992.

En Francia (con perdón), los expertos del Centro de Comunicación Avanzada han dividido esta generación en dos grupos mayores: recentrés y decalés. O lo que es lo mismo –y a la espera de alguna traducción más ingeniosa-: recentrados y desmarcados; de algún modo, centrípetos y centrífugos de una sociedad que los mira perplejos. Guillaume Faye los ha diseccionado en un libro que aún espera su versión española (La Nouvelle Societé de Consommation, 1984).

El recentrado trata de combinar el espíritu burgués con la preocupación social. Siente un intenso impulso de armonía doméstica que le hace concentrar sus esfuerzos en micro comunidades, barrios, espacios ecológicos de vida…Frenético consumidor de mensajes, alimentado por folletones televisivos y ciencia ficción, se aísla del mundo con instrumentos telemáticos y audiovisuales de terrible eficacia. Repliegue sobre sí mismo, fin de toda Revolución.

En cuanto al desmarcado, es opuesto y complementario del anterior. Su entorno político le importa un bledo. Psiquismo de soñador, busca continuadamente la evasión y se inclina a la esquizofrenia: se integra en la sociedad por su trabajo, pero está mentalmente en otra parte. Tan primitivo como sofisticado (simple música-ritmo en complejo walk-man), es audiovisual y sensitivo. Le gustan las revistas locas, la radio sólo-música, el cómic cinematográfico. Anda por aquí, pero su vida no entra aquí.

Recentrados y desmarcados: lenta, irrefrenable implosión de lo social, como bien había visto Baudrillard; pero no alimentemos miedos de decadencia. No habrá decadencia mientras, como dice Lipovetski, lo encontremos divertido. Nace así un consenso blando que guarda de todo riesgo nuestra seguridad social, nuestro humanitarismo cool y asistido por la providencia estatal. No, nadie nos privará, a estas alturas, de nuestros preciados fluidos corporales.

Recentrada, desmarcada, probablemente ambas cosas. Así será la España cañí de 1992.


José Javier Esparza

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